La crisis que ha generado el COVID-19 ha destapado las grandes debilidades de nuestros sistemas económico, sanitario y social. Y también ha evidenciado la necesidad de replantearnos la configuración de nuestras ciudades. Con alrededor del 90% de la población afectada por el coronavirus, las áreas urbanas se han convertido en el epicentro de la pandemia. Y aunque la desescalada nos devuelve poco a poco a la ‘normalidad’, es razonable pensar que, por el momento, el distanciamiento social seguirá estando presente en nuestro día a día.
El impacto que tendrá la pandemia en nuestras ciudades a largo plazo es difícil de predecir. Pero, si echamos mano a los libros de historia, lo que está claro es que se avecinan cambios. Desde hace cientos de años, los parámetros de salud han tenido una gran influencia en los planes de desarrollo de las grandes urbes. Un ejemplo son las primeras leyes urbanísticas, que nacieron en el siglo XIX durante la revolución industrial para controlar las enfermedades infecciosas.
Ahora los arquitectos y urbanistas de todo el mundo se enfrentan a un nuevo reto: rediseñar las ciudades para crear espacios más resilientes y seguros. Eso sí, sin dejar de lado la sostenibilidad. Algunos de ellos ya apuestan por estructuras urbanas que puedan adaptarse rápidamente ante futuras crisis. A esto se le conoce como urbanismo táctico. Consiste principalmente en implementar cambios reversibles que no requieran de una elevada inversión.

Ciudades pensadas para las personas, no para los coches
Una palabra que se ha repetido en varias ocasiones durante las últimas semanas ha sido desagregación. Un concepto que da sentido a ‘La Ville Du Quart d’Heure’ (la ciudad del cuarto de hora) que plantea Anne Hidalgo, la actual alcaldesa de París. Este modelo urbano nace con el objetivo de reducir la dependencia del coche. Se apuesta por una ordenación urbanística que permita a los ciudadanos realizar sus actividades cotidianas, como ir al trabajo o llevar a los niños al colegio, haciendo desplazamientos que no superen los quince minutos. La idea es crear una serie de subrregiones conectadas eficientemente a través del transporte público. Esto se traduce en un alto grado de autosuficiencia de los territorios.
Este concepto de ‘ciudad de los 15 minutos’ reduciría los desplazamientos habituales limitando la posibilidad de contagio. ¡Pero eso no es todo! Obligaría a las ciudades a cambiar su morfología, aumentando el tamaño de las aceras para habilitar un espacio suficiente para caminar manteniendo la distancia de seguridad. Mejoraría servicios de transporte público como el metro o el autobús y fomentaría la movilidad activa a pie o en bicicleta.
Una tendencia que ya se puede observar en ciudades de todo el mundo. Algunas de Estados Unidos como Oakland o Nueva York están abriendo sus calles para facilitar el walkability (‘caminabilidad’), y Milán ha anunciado un plan ‘Strade Aperte’ o plan de ‘calles abiertas’ para favorecer la movilidad de los peatones y ciclistas en detrimento de los coches privados. En España también encontramos ejemplos como los de Barcelona o Valencia, que están optando por ampliar las aceras y carriles bici para minimizar el contacto.


Ciudades inteligentes y conectadas
Cualquier propuesta de modelo urbano pos-COVID-19 debería abordar también la digitalización. Como ya hemos explicado en otra ocasión, las smart cities pueden ayudar a luchar contra el COVID-19. El internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) o el ‘Big Data’ son herramientas que ciudades como Singapur o Seúl han empleado satisfactoriamente en la lucha contra el virus. Cierto es que en Europa es fundamental crear un sistema que no genere dudas sobre la seguridad y la privacidad de nuestros datos.
Los expertos también prevén que la automatización llegará a los espacios públicos para reducir el contacto con superficies en las que el virus puede ‘sobrevivir’. Hablamos de puertas automáticas, ascensores que funcionan con comandos de voz o sensores que nos controlen la temperatura a distancia, entre otros.