Hoy, una de cada dos personas vive en un entorno urbano y las previsiones de la ONU señalan que en 2050 más de 70% de la población mundial vivirá en ciudades. La polución del aire, la contaminación acústica y la falta de espacios verdes son algunos de los retos que plantea este futuro no tan lejano. Y, en un contexto de cambio climático, los urbanistas están trabajando en el diseño de nuevas soluciones para transformar las urbes en espacios más habitables. Hablamos de espacios que no obliguen a sus habitantes a tener que “salir al campo” los fines de semana para respirar aire puro y eliminar el estrés.
Ante el desafío de plantear un nuevo modelo de ciudad sostenible y justa, los expertos coinciden en que hay que volver a convertir al peatón en ciudadano. O lo que es lo mismo, recuperar el espacio público para las personas en detrimento de los coches. Hasta ahora, el vehículo privado ha dominado tres cuartas partes del espacio viario en las ciudades —si contamos las zonas de tráfico rodado y de aparcamiento— y la movilidad peatonal se había visto desplazada a aceras raquíticas. Un debate sobre la configuración de nuestras ciudades que el coronavirus ha vuelto a poner encima de la mesa. Pero, ¿existe algún mecanismo sencillo que no suponga un coste excesivo para resolver este problema? Si, las supermanzanas, y en España ya se ha demostrado su eficacia.
Prioridad para los peatones
Las supermanzanas se presentan como una solución fácil de implementar que organiza el espacio urbano en células de unos 400 por 400 metros, en las que el tráfico principal discurre por las calles periféricas, mientras que en las interiores solo tienen derecho a circular vehículos residenciales y de carga y descarga. Además, la velocidad en estos recintos se reduce a 10km/h, dándole prioridad al peatón, seguido de la bicicleta y el transporte público. Este concepto permite liberar hasta el 70% del espacio urbano, que se podría dedicar a la creación plazas, parques o nuevos jardines y zonas verdes.
Los proyectos urbanísticos de Vitoria-Gasteiz y Barcelona —que se basan en el modelo de las supermanzanas— se han llegado a convertir en referentes mundiales y sus resultados demuestran que es posible replantear el tejido urbano. Desde 2008 las emisiones de dióxido de carbono en la capital vasca han descendido un 42% y la contaminación acústica ha disminuido de los 65 a los 61 decibelios. Mientras que en la ciudad condal un estudio reciente realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona estima que, si se realizan las 503 supermanzanas del plan original del Ayuntamiento, se reducirían los niveles de contaminación atmosférica un 24%, se evitarían 667 muertes prematuras anuales, aumentaría la esperanza de vida en 200 días por persona y se ahorrarían 1.700 millones de euros.


Aunque en España podemos encontrar otros ejemplos de supermanzanas como la de la ciudad vieja de A Coruña o el barrio de Orriols en Valencia, que también emplean este sistema para reducir el tráfico rodado. Ahora, pensando en un modelo de ciudad poscovid, el Ayuntamiento de Madrid ha desempolvado el Proyecto Madrid Centro, que permanecía parado desde el año 2010, y plantea lanzar una experiencia piloto en los distritos de Salamanca o Retiro a finales de este año.
Ciudades cada vez más verdes
Aunque la implantación de las supermanzanas busca dar respuesta a la escasez de zonas verdes, hay distritos en los que la densidad de población es tan alta que no hay prácticamente espacios disponibles para cumplir con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud: entre diez y quince metros cuadrados de áreas vegetales por habitante. La solución a este problema no es precisamente nueva. Los llamados “techos verdes” han sido una medida ecológica presente en la arquitectura desde hace siglos. Pero, desde hace unos años, esta técnica se ha llevado un paso más lejos con los jardines verticales, que aprovechan los muros de los edificios para conservar o aumentar la biodiversidad de determinadas zonas.
Este tipo de instalaciones reducen la huella de carbono de los edificios al filtrar los contaminantes y el dióxido de carbono del aire. ¿En qué medida? Según el profesor Hoyano Akira, del Instituto Tecnológico de Tokio, un metro de este tipo de jardines produce la misma cantidad de oxígeno que una persona consume durante un año, y calcula que absorbe unas 40 toneladas de CO2 cada 60 m2. También señala que ayudan a reducir la temperatura dentro de los edificios hasta en cinco grados y mantienen el calor en invierno, lo que supone un ahorro en el consumo en climatización de unos 500 euros por m2.
Lo que queda por hacer
En los próximos años, las grandes ciudades se enfrentarán al desafío de proporcionar bienestar a su creciente población en un entorno sostenible. Este cambio lo liderarán aquellas urbes que entiendan su espacio público, sus parques, plazas, calles, aceras y edificios, como infraestructuras clave al servicio de las personas y para las personas.